Fútbol Americano
Jordi Blanco | ESPN Digital 3y

El renacer de Diego Maradona en Sevilla

BARCELONA -- “Que nadie se equivoque y piense que me olvidé de jugar al fútbol. Aquí estoy, resucité, y vuelvo por el título que me quitaron, para demostrar que algo me deben”. Con los aplausos de la hinchada aún retronando en las gradas del Sánchez Pizjuán, después de entregarse a él en su presentación, Maradona avisaba de sus intenciones. Ya van 28 años del primer partido del Pelusa con el Sevilla. Una historia breve pero intensa del que fue un regreso tan celebrado como, al cabo del tiempo se comprendió, frustrado.

Entre el 28 de septiembre de 1992 y el 21 de junio de 1994 transcurrieron 631 días en los que Diego Armando Maradona pasó de la euforia al paredón. Llegado al Mundial de Estados Unidos al frente de una Argentina entusiasmada, se presentó en aquel certamen dirigiendo a la albiceleste con un golazo frente a Grecia... y en el control antidopaje posterior dio positivo por efedrina, norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefedrina, cinco sustancias con efectos estimulantes marcados por la FIFA que significaron el final de su aventura y le condenaron a una nueva sanción de 15 meses que acabaron con el ídolo.

En Sevilla, sin embargo, quedó el recuerdo de ocho meses mágicos e intensos a partes iguales, con imágenes sublimes en el terreno de juego, un rendimiento irregular en lo que era su retorno después de la primera sanción de la FIFA y aventuras nunca explicadas de su permanencia en la ciudad.

El club andaluz pagó por el fichaje de Diego 7.5 millones de dólares al Napoli ganándole la partida al Olympique de Marsella gracias a la insistencia del entonces entrenador hispalense, Carlos Bilardo, quien le prometió preparar un equipo a su gusto para recuperar la brillantez del pasado, con vistas, siempre, a ese Mundial de Estados Unidos que el crack mantenía como reto absoluto.

Debutó con un amistoso, aquel 28 de septiembre, frente al Bayern de Matthäus (ganó el Sevilla por 2-1) y de inmediato quedó patente su entendimiento con un tal Davor Suker, que en su segunda temporada como jugador del Sevilla ya mostró el futuro que le esperaba en el fútbol de élite. Maradona disfrutó del recibimiento y prometió “poner todo de mi parte” para catapultar al equipo en la Liga.

No alcanzó a lograrlo, pero sí puso al Sevilla en el primer plano del escenario. Completó 30 partidos hasta fin de temporada, marcando 8 goles y repartiendo 13 asistencias que solo alcanzaron para acabar la Liga en séptima posición, perdiendo su opción de regresar a Europa al no pasar del empate en la penúltima jornada, su último partido con el equipo, frente al Burgos en el Pizjuán, sustituido por Pineda a los 53 minutos y despidiéndose con menos fanfarria de la esperada, enfrentado al entrenador y dolorido de una rodilla que le obligó en no pocos partidos a jugar infiltrado.

Maradona había debutado oficialmente en San Mamés, curiosamente frente a su ‘maldito’ Athletic contra el que se había despedido de España ocho años antes. Recibido con gritos de ‘Goiko, Goiko’ por una hinchada hostil que le recordó a quien le cazó en 24 de septiembre de 1983 en el Camp Nou, Maradona se marchó lesionado, por una dura entrada de Lakabeg, que le dio a entender qué le esperaba de su regreso a España.

Fue un regreso escaso, breve, que terminó con tristeza para muchos aficionados entregados a una magia que descubrieron eterna en la pierna izquierda del Pelusa. En Sevilla siempre podrán decir que disfrutaron de él, hasta que en el verano de 1993 todo se rompió con su regreso a casa, a Argentina, para enrolarse en Newell’s tras romperse la negociación que mantuvo para volver a Argentinos Juniors y meses antes de que el club reclutase a un niño llamado Lionel Messi.

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