Fútbol Americano
Fabio Dana 3y

El día que Maradona se retiró en un Superclásico

Se fue y volvió varias veces. Le cortaron las piernas y aún así siguió...

Parecía que nunca iba a dar el adiós definitivo, que el romance entre él y la pelota era demasiado fuerte y podía contra todo: el paso del tiempo, la droga, las suspensiones por doping...

Pero Diego Armando Maradona, dios para muchos, demostró ser un hombre. Y un día dijo basta: fue el 25 de octubre de 1997, a punto de cumplir 37 años, nada menos que en un River-Boca.

Aunque más tarde llegaría el merecido y emotivo partido homenaje en La Bombonera, el clásico en el Monumental fue su último partido oficial. Y estuvo lejos de ser el ideal. Sonó a despedida triste, forzada y de alguna manera lo fue, empujado por el contexto de esos días turbulentos.

Casi dos meses antes, el 28 de agosto de 1997, el hombre nacido en Villa Fiorito había vuelto a ser noticia por doping. La mala nueva se conoció tras un partido entre Boca y Argentinos Juniors, que los Xeneizes ganaron 4-2. El golpe fue durísimo. Parecía la mano de nocaut que se necesitaba para no ver más a Maradona en una cancha por un partido oficial.

La AFA lo había suspendido provisionalmente y fuentes de la FIFA aseguraban: "Este es un caso de reincidencia, lo cual agrava las cosas. Maradona no va más".

Sin embargo, Maradona fue por más: sus abogados se presentaron ante la Justicia y lograron una medida cautelar de no innovar aprobada por el juez Claudio Bonadío, algo inédito hasta el momento en situaciones de esa naturaleza. De esta manera el futbolista volvió a quedar habilitado para jugar.

Mientras la Justicia se tomaba su tiempo, las noticias pasaban por otro lado. No por el fútbol, sino por los fierros. En esos días, igual que nene con chiche nuevo, Maradona cambiaba de auto como cualquier mortal se cambia de medias. Una mañana apareció en la práctica del Sindicato de Comercio de Ezeiza, donde se entrenaba el plantel xeneize, con un Scania 360, camión que por esos tiempos tenía un costo de 120 mil dólares en el mercado local.

Su copiloto, en ese entonces, era Guillermo Cóppola: amigo, representante y encargado de manejar todos sus negocios, con quien más tarde iba a terminar peleado a muerte por, según la versión de Maradona, "robar la plata de mis hijas".

En la misma semana se lo había visto manejando un Porsche, una camioneta Mitsubishi y hasta una Ferrari. En las prácticas, por el contrario, se lo veía poco. Y en los partidos, menos.

Lejos de su mejor forma física, Maradona era noticia por cuestiones extra futbolísticas. El último encuentro que había jugado antes del clásico contra River había sido ante Colo Colo, por la ya desaparecida Supercopa.

En ese lapso, un mes para ser exactos, sólo había entrenado ocho horas. Héctor Veira, el técnico, esperaba ansioso noticias suyas: necesitaba saber si lo iba a tener disponible para jugar ante los Millonarios. Mientras tanto el Bambino probaba alternativas en el ataque: Riquelme de enganche y Palermo con Guillermo, un tridente que de la mano de Carlos Bianchi, un año más tarde, iba a empezar a hacer historia.

La presión sobre el futuro de Maradona era cada vez más fuerte. De manera comprensible, los rivales xeneizes querían saber cuándo la AFA -y la Justicia- iba a definir la situación del Diez.

Argentinos Juniors pedía los puntos que había perdido en la cancha, pero River aparecía como el abanderado de la lucha para "parar" a Maradona: sus dirigentes, encabezados por el presidente Alfredo Davicce, estuvieron a punto de pedir la suspensión del campeonato, algo que finalmente no ocurrió.

Llamativo o no, algunos dirigentes de Boca se mostraban en contra de que Diego siguiera jugando. En voz baja, afirmaban que era un mal ejemplo para el resto de los jugadores: "Cómo vamos a sancionar a Cannigia o a Martínez si él se entrena cuando tiene ganas", comentaban. Quienes lo defendían argumentaban que a diferencia del resto de los futbolistas, Maradona sólo cobraba -50 mil dólares- por partido jugado.

Decíamos líneas arriba que Maradona manejaba camiones y todo tipo de autos: también manejaba los tiempos y las decisiones. Porque finalmente el miércoles previo al partido decidió que quería estar en el clásico y comenzó a tratar de recuperar el tiempo perdido. Hubo otro hecho que terminó por confirmar su presencia en el Monumental: Boca le hizo un control anti doping de rutina y el resultado fue negativo.

En los entrenamientos se lo notaba lento, falto de fútbol... La inactividad se sentía, sí, aunque se tratara de Maradona. El, sin embargo, repetía una y otra vez una frase que se le escuchó por mucho: "¿Retiro? No pienso en el retiro, ya pasé muchas feas. Vamos a festejar los 40 años acá, en esta cancha (la de Boca), pensando en un nuevo clásico", declaraba en conferencia de prensa un día antes del partido. 

En esa conferencia, además, adelantó que iría a saludar a Ramón Díaz, con quien estaba enemistado desde hacía muchos años: "El Pelado es un buen técnico y si puedo saludarlo lo voy a hacer -explicaba-. En el momento del doping él y todo el plantel me mandaron un telegrama para brindarme su apoyo. Yo soy agradecido y por eso lo voy a saludar, aunque sé que eso no va a cambiar en nada nuestra relación".

Llegó la hora de la verdad. Apenas salió de los vestuarios, el 10 fue corriendo hacia el banco de suplentes de River. ¿El motivo? Cumplir la promesa de saludar a Ramón y a sus jugadores. El técnico, pura indiferencia, le dio la mano de compromiso y mirando para otro lado. "Para mí el reencuentro fue bueno, pero creo que a él le dio lo mismo", analizaba Diego más tarde.

Muchos esperaban el milagro. "Maradona es Maradona y siempre puede sacar un conejo de la galera", se ilusionaban los hinchas. Pero la magia no apareció. La falta de fútbol que se le había notado en los entrenamientos se vio también en la cancha de River.La estadística dice que Maradona jugó 45 minutos; dio 20 pases buenos, cinco malos, le cometieron una infracción, cometió dos, perdió cuatro pelotas y realizó un tiro al arco. En el entretiempo fue reemplazado por un pibe que surgió de Argentinos y que luego sería, como él, ídolo de la hinchada xeneize: Juan Román Riquelme. "Salí porque a los 35 minutos me volvió a tirar el aductor izquierdo. Ese fue el motivo", explicó más tarde.

Boca perdía 1-0 (Berti, a los 40 del primer tiempo, había puesto en ventaja a los locales), pero en la segunda mitad el equipo de Veira iba a dar vuelta la historia: primero Toresani y luego Palermo sellarían el 2-1 para los Xeneizes. Diego festejó como nunca, con gestos obscenos incluidos hacia la tribuna de River, y lanzó otra de sus frases célebres: "Ellos hicieron un gran primer tiempo, pero en el segundo se les cayó la bombacha".

Casualidad o no, para el antidoping de ese partido Maradona volvió a ser sorteado. "Davicce pidió que se resolviera mi caso y a mí me toca el control antidoping -afirmaba-. No puedo con la cruz que me hacen cargar por mi adicción. Lo que Davicce hizo me pareció asqueroso".

Esos meses turbulentos y llenos de incertidumbre parecían, al menos por el momento, llegar a su fin. El 29 de octubre de 1997, un día antes de cumplir los 37 años, llegaba la noticia de que Maradona se retiraba, pero...

Semanas después el propio jugador anunciaba que podría volver, aunque en el América de México, criticaba a Macri por tratar de llevar a Passarella como técnico de Boca y él mismo se postulaba para el cargo de entrenador que hasta el día de hoy desea. "Merezco ser el técnico de Boca -afirmaba-, pero eso no ocurrirá mientras Macri sea presidente".

La historia dirá que el Diez tuvo dos despedidas. Una, la del 10 de noviembre de 2001, fue en La Bombonera. Jugando con la camiseta argentina y con la de Boca. Llena de emoción, como la merecía Maradona. La otra, la del último partido oficial, un 25 de octubre de 1997, fue en el Monumental.

Y más allá del triunfo contra River no dejó mucho para recordar, en un final que no merecía el más grande.

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