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La redención de Rajon Rondo

EPA

Rajon Rondo se prepara para hacer la salida de fondo. Quedan 2.1 segundos en el reloj y los Lakers, sus Lakers, están un punto por debajo en el marcador. Rondo apretuja el balón entre sus manos y no emite sonido ni movimiento. Un cazador furtivo a la espera del desequilibrio que transformará la posibilidad en concreción. Los músculos están rígidos. Lo que sí se mueven ahora, de manera discordante, son sus pupilas. Viajan de izquierda a derecha sin parar; construyen, por escasos segundos, un velocímetro que ha perdido el magnetismo. En su mente, se producen infinitas conexiones neuronales. En su recorrido de opciones, se dibujan ángulos de todo tipo. Y entonces se produce un regalo del destino: se le presenta, producto de una fisura inesperada en el sistema defensivo de Denver, una oportunidad disfrazada de ventaja: Anthony Davis. El gigante de los Lakers recibe en 45 grados y ejecuta un lanzamiento de tres puntos. Nikola Jokic solo alcanza a puntear el tiro, pero es demasiado tarde: triunfo para Los Angeles. 2-0 y éxtasis en la burbuja.

Todos saltan, todos gritan, todos se abrazan. Todos menos Rondo, que pese al triunfo exhibe una expresión corporal que sorprende primero y que, en el recorrido en bucle del video, emerge en espeluznante. ¿Qué le pasa al base de los Lakers? Definitivamente, algo no está bien.

"Hice contacto visual con todos los jugadores de mi equipo en esa jugada. Mi primera mirada fue el corte de Kenny (Caldwell-Pope), pero no estaba allí. Luego busqué el corte de Danny (Green), pero tampoco estaba. Nos miramos con LeBron pero no se movió y entonces vi a AD (Anthony Davis) afuera y traté de pasarle la pelota al perímetro a tiempo. Tenía a Joker (Nikola Jokic) encima por lo que no podía hacer un pase en elevación. Anthony hizo el resto", señaló Rondo luego del partido.

La expresión corporal de Rondo no es otra cosa que una explicación a campo abierto de su propio ADN. Luce afectado porque algo no salió como él esperaba, como él anticipaba, porque alguna línea prevista se salió de libreto. Un obsesivo-compulsivo, con rutinas y hábitos atípicos para la mayoría. Destaca Len Jenkins en un perfil publicado en 2013 en SI.com, que Rondo se ducha cinco veces antes de cada partido para que fluyan las ideas, que tiene fobia a los gérmenes y que utiliza tres o cuatro calzados distintos en el locker para ingresar y salir del baño. Sus pensamientos recurrentes no le permiten sosiego, y eso se justifica en que, a lo largo de su carrera, ha sido una de las mentes más brillantes que ha dado el básquetbol. Capaz de leer situaciones como nadie, también ha sido lo que se dice un perro verde: lo amas o lo odias. Es tu amigo o puede llegar a ser tu enemigo más profundo. Una personalidad obtusa fuera de la cancha, incapaz de sociabilizar, pero con un enfoque metódico y una habilidad única para hacer florecer las mejores habilidades de todos sus compañeros dentro.

Recuerda a boston.com Brian Scalabrine, ex compañero de Rondo y que luego de su retiro se convirtió en asistente de Golden State Warriors, que una vez sucedió algo increíble con Rajon en el TD Garden: Mark Jackson, coach de Golden State en aquel entonces, gritó la jugada “42 cross” para su equipo. Pero salió un desastre, porque los Warriors no tenían esa jugada en su playbook y Rondo lo sabía. Se comprobó cuando lo miró a Mark, recuerda Scalabrine, y dijo: "42 cross, 42 cross... tú no tienes ninguna jugada 42 cross". Agrega Scalabrine: "¿Cómo demonios sabía eso? De alguna manera, lo sabía. Y no éramos rivales frecuentes. Y no era un playoff. Fue en un partido insignificante de mitad de semana. Es el jugador más inteligente con el que jugué y no está ni cerca del que viene después".

Rondo es, lo que se dice, un jugador de playoffs. De citas grandes, de faroles encendidos, de corte de cables finos para desactivar bombas a punto de estallar. Todavía recordamos aquella versión de los Celtics, cuando emergió de la ignominia más profunda para erigirse en estrella sin vacilaciones. Y su historia es hoy, sin dudas, una historia de redención deportiva: de ese limbo en el que vivió conflictos y lesiones tras sus pasos por los Dallas Mavericks y Sacramento Kings, a su paso casi en secreto en Chicago Bulls y New Orleans Pelicans, para recalar en los Lakers, su clínica de rehabilitación destinada a devolverle a los planos que merece.

Porque Rondo, el alquimista del juego, primero tuvo que rehacerse él en su propio laboratorio. Esquivar sus propios fantasmas, su mal genio, para dejar de ser un problema y transformarse en solución. Para transformarse con su experiencia de actor principal en mentor de jóvenes. Nunca podrá este muchacho de Louisville deshacerse del apego emocional que le brindó Kevin Garnett y su camaradería verde en los orígenes de su esencia, en aquellos inolvidables años del Big Four. Será, de algún modo, siempre un Celtic. Pero Rondo, chocolate amargo si los hay, encontró también soluciones fuera. Hoy tiene en LeBron James su socio de inteligencia, su colega de interpretación del radar hecho parquet, el genio que le ayuda a revalidar los argumentos que reviven su propio viaje de introspección hacia el éxito. Su regreso hacia la luz procedente de una tierra de neblina olvidada. Un emerger a tiempo para demostrar que más allá de que el juego cambió, hay cosas que nunca van a cambiar. Que la inteligencia es un valor supremo, que se puede jugar sin tener el aro como única meta, que se pueden hacer las cosas como todo el mundo o se pueden hacer a la manera de Rondo.

Señala ESPN Stats que Rondo, desde el banco, entregó 53 asistencias en estos playoffs y que sus compañeros están lanzando, de sus pases, un 68% de campo. "Es fácil ir a ver la película el lunes después de jugar el domingo y poder decir: no debería haber pasado allí o no debería haber hecho tal cosa... Pero poder hacer ajustes sobre la marcha, poder ver cómo se mueve la defensa y poder ver cómo se desenvuelve el juego en el momento, como fluye, no hay muchos jugadores que puedan hacer eso en nuestra liga", dijo James sobre Rondo sobre su capacidad de readaptarse a toda situación.

Pases oblicuos, ángulos inexplorados, ventajas mínimas. Geometría de excelencia. El básquetbol es un deporte de pulgadas, un ajedrez en movimiento, y ver desenvolverse a Rondo dentro de la cancha es abrazarse a la belleza de las historias mínimas. A la felicidad del nosotros por encima del yo. Al destaque de un compañero por encima de uno mismo, el arte de observar de cerca y poder, en cada jugada, regar el jardín para que el ojo no avezado pueda disfrutar el color de las mejores flores. Distribuir el balón de manera equitativa para que ningún ego salga herido en el camino hacia cosas grandes. Anticipar movimientos sin pelota, desnudar ventajas, arruinar planes y ocultar fisuras.

La pesadilla de los años en el limbo por fin ha terminado.

Rajon Rondo está de regreso.

Y junto a él, todos nosotros.