Operación rescate: «Pequeño», de Bunbury

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«Para escuchar ‘Pequeño’ hay que situarse en 1999, olvidar a Héroes del Silencio y entender ‘Radical sonora’ como un capítulo aislado, de ruptura con el pasado. Porque con ‘Pequeño’ nacía en realidad un artista nuevo»

 

 

Bunbury
«Pequeño»
CHRYSALIS/EMI, 1999

 

Texto: JUAN PUCHADES [@juanpuchades].

 

Tras el final de Héroes del Silencio, Enrique Bunbury lo tenía muy fácil: solo debía seguir musicalmente los pasos de aquellos e inflarse a ganar dinero. Es un clásico bien conocido: el cantante de un grupo de éxito es el que arrastra al grueso de la hinchada y quien, por tanto, arrasa en solitario. Sin embargo, Bunbury, con su primer disco solista, se fue al polo estético opuesto, a la música electrónica. «Radical sonora» no era de ninguna manera lo que sus seguidores esperaban, pero probablemente sí el disco que él necesitaba para romper con el pasado, para abrir un abismo entre Héroes del Silencio y el (re)nacido Bunbury, inquieto por plasmar las ideas que bullían en su cabeza y evolucionar como creador.

Lo cierto es que «Radical sonora» es un disco bastante irregular, en el que se apunta en buenas direcciones (la búsqueda de sonidos del norte de África pasados por las máquinas) pero no termina de cuajar y algunas excelentes canciones quedan perdidas por los tratamientos recibidos. Hubo quienes lo vieron como una ida de pinza, otros como un intento de querer hacerse el moderno. Nadie lo entendió. Casi nadie se emocionó con él. Pero las cosas estaban por cambiar.

Diego A. Manrique había escuchado «Pequeño» unas semanas antes de que saliera a la calle y me advirtió de lo que había logrado Bunbury, del gran disco que era, que tenía que escucharlo sí o sí, que dejáramos los prejuicios a un lado, que iba a merecer espacio y atención en EFE EME. Unos días después, en las oficinas de Chrysalis, tuve oportunidad de escucharlo y, simplemente, no daba crédito a lo que estaba oyendo… aquel no podía ser Bunbury, de ningún modo. ¡¿Cómo lo había hecho?! De forma completamente casual, un par de días más tarde me encontraba en Zaragoza, en un concierto, y alguien se acercó para comunicarme que Bunbury estaba agazapado en un lateral de la sala y quería conocerme, que si podía ir hasta allí. Me acerqué, y ahí estaba Enrique, hecho un pincel, con americana negra y refulgente camisa blanca abierta hasta mitad del pecho. Comenzó a hablarme de EFE EME (no llevaba demasiados números en la calle), y muy bien, además. Pensé que eran los típicos cumplidos para quedar bien, pero conforme avanzaba la conversación, mencionaba determinados artículos y entrevistas, sabía perfectamente en qué números habían salido, algunos los recordaba mejor que yo. Aquello no era un halago sin más, el hombre era lector de la revista, y entusiasta. Seguimos charlando de música, de discos recientes. Perplejo, empecé a descubrir a un apasionado de la música en su sentido más amplio, sin distinción de géneros. Un melómano compulsivo. Le comenté de la escucha rápida de su disco dos días antes en Madrid y de la muy agradable sorpresa que había supuesto. No quiso abundar en ello, pero sí quedó en pedirle a la discográfica que me enviara una copia de adelanto, para que lo oyera con calma, que era lo que más le interesaba.

Pocos días después me llegó esa copia de trabajo de «Pequeño». El disco que iba a cambiarle la vida a Enrique Bunbury, el que iba a hacerle merecedor del respeto de parte de la crítica (hubo otro sector que siguió en sus trece) que había obviado o castigado a Héroes del Silencio. Desde EFE EME echamos una mano, incluso dos, apoyando con entusiasmo lo que nos parecía una gran obra… Hace trece años de todo aquello (y, como suele decirse, el resto es historia).

Para escuchar «Pequeño» hay que situarse en 1999, olvidar a Héroes del Silencio y entender «Radical sonora» como un capítulo aislado, de ruptura con el pasado. Porque con «Pequeño» nacía en realidad un artista nuevo, alguien que había dejado los tics y los modos rockistas olvidados en un armario y sin renunciar al rock, se abría a géneros, a influencias latinoamericanas y mediterráneas, las combinaba con excelente gusto y daba lugar a un brebaje original. Por momentos incluso bastante vanguardista, en el que conviven desde Elvis a Gardel pasando por Cohen, Kusturica, Nino Bravo, Concha Piquer, José Alfredo Jiménez y Bambino… Es decir, aquí hay rock, tango, canción poética intensa, sonidos balcánicos, canción melódica, copla, ranchera, rumba pasional y hasta influencias árabes. Pero, lo mejor de todo, es que en ocasiones cuesta dar con la pista adecuada pues los materiales originales son reelaborados en profundidad, incluso triturados y presentados como un plato nuevo en el que, de tanto en tanto, encuentras una especia que ha dejado su sabor más fuertemente impreso. Sin duda había nacido un nuevo Bunbury, uno mucho más libre que el del pasado y que no solo sabía lo que quería, sino que estaba en condiciones de ponerlo en pie.

Quien guste de fijarse en las carpetas de los discos (los que descargan discos sin portadas que se fastidien), podrá comprobar en la de «Pequeño» (ha envejecido bastante mal, y hoy aparece feucha, triste, fría y muy poco representativa del intenso contenido sonoro) que los temas aparecen en ella desordenados y agrupados bajo tres epígrafes: «pequeño», «cabaret» y «ambulante» (juntos dan lugar a «Pequeño cabaret ambulante», que es como se llamó la gira de presentación del disco). Puede parecer tremenda tontería, pero si fijamos la secuencia de escucha ateniéndonos a ellos, la cosa tiene cierto sentido:

«Pequeño» agrupa la cara más romántica, en la que predominan las baladas, canciones de amor en las que Bunbury deja ver una apariencia sensible, frágil, alejada de la de macho alfa, desatado y generador inagotable de testosterona que fijaba su imagen en Héroes del Silencio. En este bloque se arropa por arreglos de cuerdas, está contenido en la interpretación (esta fue una muy agradable sorpresa que deparó «Pequeño», la de un Bunbury controlando el antaño inquietante chorro abisal de su garganta), se deja llevar por la distinción y comprende que menos es más y que los excesos están muy bien para lograr el aplauso del público más fácilmente impresionable, pero que no son imprescindibles para comunicar y, particularmente, emocionar, que para eso hace falta algo más: creer en lo que se canta y expresarse en función de ello, dándole a la canción aquello que requiere. Los dos majestuosos primeros temas de «Pequeño», ‘Algo en común’ y ‘Solo si me perdonas’, beben de la fuente común del pop clásico melódico sin etiquetas. En el segundo, y en su recta final, asoman voces flamencas y palmas, mientras que el tercero, el precioso ‘El viento a favor’, se deja marcar por una electrónica suave y entrega grandes versos en los que entre la melancolía que la cruza se vislumbra la esperanza («Si ya no puede ir peor, / haz un último esfuerzo, / espera que sople el viento a favor. / Si solo puede ir mejor, / y está cerca el momento, / espera que sople el viento a favor»). La última canción de este cuarteto es ‘¿Dudar?, quizás’, de aires árabes, próximos a la llamada a la oración en el comienzo, aunque Bunbury continúa con el romanticismo y la fragilidad, rota esta por ajustados y precisos crescendos: «Esta incertidumbre no la soporto, / cómo extraño cuando era más pequeño, / en ningún momento estaba solo, / y todo parecía tan perfecto. / Pero sé que si me das / un poco de tu cariño, / lo demás no va a importar».

El epígrafe del segundo bloque, «Cabaret», resulta por sí solo bastante esclarecedor de los temas que tienen cabida en él. Es el Bunbury de la boa al cuello (o en el pie del micrófono…), el que se sacudió los prejuicios escénicos de encima y gustó de coquetear con la ambigüedad (cual Bowie del Ebro). La tremenda ‘Infinito’ es la que lo inaugura, casi como si un grupo balcánico se hubiera tomado una botella de tequila mientras sus componentes interpretan lo que, de oídas, creen que es una ranchera. Bunbury, con notable genio, bastardea géneros con originalidad y tacto (sin caer en el manuchaoísmo tan en boga en aquellos años), y es ahí donde brota el creador con cosas que aportar. Hay intensidad y un sonido, por contraste con la gran producción general del disco, casi lo-fi. Si José Alfredo Jiménez no hubiera sido tan hombre, quizá habría escrito versos tan sentidos como estos, en los que se pone en cuestión el atroz orgullo que tanto daño nos hace a todos: «¿Qué es lo que hicimos tan mal? / Fue este orgullo desgraciado / que no supimos tragar». Además, aquí queda una de las frases más míticas del disco, de esas que el público gustó luego de corear en directo: «Me calaste hondo y ahora me dueles». ‘Lejos de la tristeza’ rodea de cuerdas su bellísima melodía y ritmo quebradizo; perdiéndose, incluso y por unos instantes, en un tango preelectrónico. La letra deja perlas tan intensas como «Sueña lejos de la tristeza, / sueña lejos del dolor, / como si nada hubiera ocurrido / y aún estuviera intacto tu corazón». De la pérdida de la inocencia, y por tanto de los sueños, habla la inoxidable ‘De mayor’, con sus aires a Emir Kusturica; la letra es otra de las memorables: «De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, / de mayor quiero aprender a ser pequeño, / así cuando cometa otra vez el mismo error, / quizás no me lo tengas tan en cuenta». En ‘Bailando con el enemigo’ saca sus mejores maneras de crooner (sí, Bunbury se estaba destapando como un vocalista pletórico de registros, ¡quién lo hubiera imaginado!), que en el cabaret todo cabe, y se pierde en nocturnidades en la compañía de una trompeta parlanchina y jazzera.

Los temas de «Ambulante» son los del viajero, los más circenses, con esa fanfarria que domina a ‘El extranjero’, una de las piedras angulares del álbum, y que nos vuelve a trasladar a los Balcanes, con violín sentimental detrás de una banda callejera y canalla. El estribillo es inolvidable («Porque allá donde voy, / me llaman el extranjero. / Donde quiera que estoy, / el extranjero me siento. / Porque allá donde voy, / me llaman el extranjero»), pero tampoco tienen desperdicio otros de sus versos de contenido más ideológico («Los nacionalismos, qué miedo me dan. […] Ni patria ni bandera, / ni raza ni condición, / ni límites ni fronteras, / extranjero soy yo») que dejan lejos, muy lejos, aquellos textos enrevesados y pretenciosos de Héroes. Bunbury estaba apostando por la belleza de lo sencillo, por el lenguaje diáfano. ‘Demasiado tarde’, magníficamente cantada, evoluciona desde la electrónica hacia el swing y de ahí a una suerte de rock progresivo. ‘Robinson’ es el tema que más conecta con el siguiente disco, «Flamingos», sobre todo con la estética de ‘Lady Blue’; es la canción que formalmente menos tiene que ver con «Ambulante», pero es magnífica y deja líneas perfectas, tal vez confesionales: «Sé que prefiero evitar los problemas, / antes que pretender resolverlos / prefiero guardarlos en secreto, / y que ellos solos se desvanezcan». ‘Contradictorio’ clausura el disco con oscuridad y densidad, yendo del jazz al soul apuntalado por esa poderosísima sección de viento que acompañaría a Enrique en directo. En ella se declara «Ciudadano del mundo entero, / a Zaragoza llevo en mi corazón». Pero también refleja la dualidad con la que todos convivimos permanentemente, la que nos hace más humanos: «Contradicción, / en el mismo centro de la contradicción, / en el mismo centro. / Y si ayer dije blanco / y mañana de un salto me paso a lo negro, / no lo veas extraño, aún ando buscando dónde me quedo».

Con «Pequeño» Bunbury no solo sorprendió muy gratamente, sino que se mostró altamente inspirado tanto en el trabajo de composición como en el de interpretación, pero es que además él solo dio forma a una producción tan perfecta como compleja (hay capas y más capas, decenas de aportes mínimos pero esenciales), de una hermosura incuestionable, que hoy sigue manteniendo su excelencia. Desconozco si lo pretendía, pero Enrique dejó claro que detrás del «frontman» que se come a bocados los escenarios (lo suyo gustara más o menos, pero hay que reconocer que pareciera haber venido al mundo debajo de los focos) habitaba un tipo inquieto, con ideas propias. Un músico de verdad.

Luego comprenderíamos que «Pequeño» fue el primer jalón de una trilogía inexcusable que continuó en el poderoso «Flamingos» y alcanzó su cenit en el cegador «El viaje a ninguna parte».

 

Anterior entrega de Operación rescate: Ilegales.

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