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OPINIÓN: ¿Podremos transformar la indignación de 2017 en humanidad en 2018?

Aunque este año los rusos y los algoritmos que Twitter y Facebook usan con fines comerciales hayan conspirado para avivar la llama de nuestra furia, desafortunadamente nosotros amplificamos esa furia.
vie 29 diciembre 2017 10:00 AM
Ira
Ira Desafortunadamente, siempre hay una que otra persona irritada en el mundo que tal vez no sea capaz de expresarse de la forma adecuada. (Foto: MUSSA ISSA QAWASMA/REUTERS)

Nota del editor: Tess Taylor es autora de las antologías de poesía Work & Days y The Forage House. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.

(CNN) — Hace poco, acababa de escribir para CNN un editorial sobre la violencia con armas de fuego cuando recibí en mi correo electrónico un montón de mensajes, la mayoría de mis seres queridos. Algunos fueron desagradables y de ellos, dos me llamaron realmente la atención: en uno me amenazaban de muerte; en otro, el encantador remitente escribió: "las mujeres como tú deberían simplemente callarse la boca. Estábamos implementando muy bien la Segunda Enmienda antes de que ustedes tuvieran derecho a votar".

Hagamos una breve pausa para hacer notar que, afortunadamente, vivimos en un mundo en el que las mujeres —tras siglos de silencio forzoso y violento— no solo podemos votar, sino también hablar en público; un mundo en el que estamos dándonos cuenta del gran poder de nuestra voz. Hagamos una pausa también para recordar que, desafortunadamente, siempre hay una que otra persona irritada en el mundo que tal vez no sea capaz de expresarse de la forma adecuada.

Lo que más me llamó la atención fue imaginar la ira y la furia de estos individuos desconocidos que se tomaron el tiempo de redactar tantas páginas y enviarlas directamente a otro ser humano. Aunque esa ira estaba sumamente mal dirigida y era muy inadecuada, me pareció demasiado familiar. De hecho, me pareció casi normal. Casi ni me sorprendió.

Hemos vivido un año muy irritante; muchos nos hemos encontrado gritando y maldiciendo frente a la pantalla, sintiéndonos asediados… furiosos con la gente que tenemos cerca, furiosos con los que están lejos. Vivimos en una época de indignación.

En muchos casos, esta indignación está justificada, pero también es una carga dolorosa. Todos los días oigo hablar de la clase de dolor que causa. En un día nada más, tuve dos o tres conversaciones con personas que se salieron de las redes sociales nada más por lo desagradable que son los desacuerdos con sus familiares; se sienten muy desarraigados de su familia o de sus amigos porque en este momento de pasiones no pueden estar de acuerdo en nada.

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Nuestra ira puede parecer deshumanizante. Nuestra ira puede hacernos sentir solos. Es más, nuestra ira y nuestra desconfianza se han vuelto una desventaja nacional. Los trolls rusos pusieron la mira en nuestros odios latentes y usaron nuestros enojos internos como armas. Los robots y los agentes pagados trabajaron (y es probable que sigan trabajando) para intensificar nuestra furia a través de las redes sociales. Han estudiado técnicas, tanto humanas como tecnológicas, para llevar nuestra ira al punto de ebullición.

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Durante las elecciones presidenciales en Estados Unidos, esos trolls eligieron puntos en los que ya estábamos fracturados y desgastados; a veces fueron cuestiones sociales; otras veces se trató de las cuestiones de si seremos amables con las mujeres que abortan, con las personas transgénero, con los recién llegados a nuestro país o con quienes aman de formas diferentes. Cegados por nuestra ira, algunos nos acostumbramos a descalificar a grupos enteros, ya fueran electores rurales, activistas del movimiento Black Lives Matter o mujeres blancas vestidas con pantalones para hacer yoga. Parece que nadie ha salido ileso. Sin embargo, otro país aprovechó nuestra desconfianza y avivó nuestra furia. Parece que estos agresores leyeron el antiguo mito griego y nos arrojaron una manzana de la discordia tras otra. Y desafortunadamente, nos las comimos todas.

Aquí, al final de este año doloroso, surge la necesidad de que reflexionemos. Aunque los rusos y los algoritmos que Twitter y Facebook usan con fines comerciales hayan conspirado para avivar la llama de nuestra furia, desafortunadamente nosotros amplificamos esa furia. A final de cuentas, las llamas, los odios y los miedos son nuestros.

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No pretendo insinuar que no tenemos problemas reales y profundos que debemos resolver. Los tenemos. Pero en este momento, también tenemos que sobrevivir a una era de aparente enardecimiento crónico. De hecho, cuando vivimos indignados permanentemente con los demás, nos envenenamos. Hace poco fui al quiropráctico por un problema de espalda y recordé que un músculo que está en tensión permanente a final de cuentas se hace débil. Como está rígido, contraído o protegiendo una lesión, la sangre no llega a sus tejidos. Aunque el músculo está contrayéndose, se atrofia.

La ira y la indignación también funcionan así. Apretamos, apretamos y apretamos, y nos debilitamos al hacerlo. Con esto no quiero decir que no podamos aferrarnos a la pasión de nuestras convicciones políticas, que no podamos tratar de pensar en maneras de promover el activismo en el mundo. Pero sería maravilloso hacerlo de forma abierta a la humanidad de quienes nos rodean, digamos, la mujer que abrirá el mensaje, la persona con la que, dolorosamente, no estamos de acuerdo y que probablemente tampoco reconozca nuestra humanidad.

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Esto también nos hace preguntarnos cómo podemos actuar y usar nuestra ira, nuestra indignación y nuestras convicciones para fortalecernos. ¿A dónde vamos a ir cuando necesitamos relajarnos? Conforme este año se acerca a su fin, esta frase ha saltado en mi mente una y otra vez: es una especie de objetivo, una especie de mantra, una especie de propósito de Año Nuevo. El año próximo quiero sentirme más humana. Quiero encontrar formas de honrar, de ver, de cuidar y de que otros humanos me cuiden.

Mis propias expectativas de esto no son demasiado elevadas, pero me parecen un buen primer paso. Mi esposo y yo implementaremos la costumbre de invitar a nuestros amigos a cenar algo sencillo una vez al mes. Yo iniciaré un programa familiar llamado Sabbat de poesía para que la gente de mi comunidad venga a sentarse a una banca o sobre un almohadón a escuchar poesía de boca de algunos sabios y tal vez a comer galletas con queso. "Sé más humana", pienso. Estoy buscando formas de desconectarme, de recargarme, de descansar.

No quiero decir que con esto cambiaré al mundo ni lo salvaré, ni resolveré alguna de las cosas verdaderamente horrorosas a las que nos enfrentamos. Lo que creo es que al estar con otros humanos de verdad y al crear una comunidad, al tomarme el tiempo de reír, de comer y de compartir, estaré más lista para lo que viene; estaré lista para reconstruir lo que habrá que reconstruir. Sigo pensando: "Sé más humana. Sé más humana". Este año que comienza, me gustaría amplificar nuestro bienestar. Este año que comienza, me gustaría amplificar nuestra paz.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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